Santo Domingo RD.- “Cuando Patrick Swayze se enteró por primera vez de que tenía cáncer de páncreas, se volvió hacia mí y dijo: ‘Soy un hombre muerto’”, contó su esposa Lisa Niemi en un testimonio muy difícil para ella, a pesar de que han pasado años desde la muerte del actor.
 
Pero Patrick no se detuvo en esa frase. La miró, lo asumió, y siguió adelante. No como quien niega la realidad, sino como quien decide que su historia aún tiene escenas por rodar.
 
En lugar de retirarse, se embarcó en *The Beast*, una serie exigente, física, intensa. Continuó con la quimioterapia durante el rodaje, pero se negó a tomar analgésicos porque le restaban concentración. No era una decisión temeraria: era coherente con su forma de vivir. Patrick no actuaba para escapar del dolor. Actuaba para seguir sintiéndose vivo.
 
Su energía desbordada, la que lo hizo volar en *Dirty Dancing* y resistir en *Ghost*, no se apagó con la enfermedad. Se transformó en voluntad. En cada escena que rodó, en cada gesto cotidiano, en cada mirada a Lisa, dejó claro que hay personas que no interpretan la vida: la encarnan.
 
En sus últimos días, mientras caminaban por el rancho de Nuevo México, Patrick la miró con lágrimas en los ojos y le dijo: *“Quiero vivir”*. No era una súplica. Era una afirmación. Porque él no se aferraba a la vida por miedo a morir, sino por amor a lo que aún podía dar.
 
Y aunque el dolor estuvo presente, nunca fue el centro. Lo que brilló fue su decisión de seguir siendo él. De llevar una vida normal, inclusive a preparar comida para el equipo, de hacer sus propias escenas de riesgo, de mirar a la muerte sin miedo y decirle: *“Si vienes, que sea después de mi última toma”*.
 
Patrick Swayze no solo actuó. Vivió con una intensidad que ni el cáncer pudo apagar. Y en cada recuerdo que dejó, hay una verdad que nos toca a todos: *la vida no se interpreta, se enfrenta. Y el amor, cuando es real, siempre tiene la última palabra.*