venezuela.- Hubo un tiempo en que el nombre de Alba Roversi era sinónimo de glamour, lágrimas frente a la pantalla y amores imposibles que mantenían a millones de venezolanos pegados al televisor.
Su papel en Ligia Elena junto a Guillermo Dávila la catapultó a la cima en los años 80, convirtiéndola en un ícono de las telenovelas latinoamericanas. Pero la vida, siempre caprichosa, le tenía reservados capítulos tan inesperados como conmovedores.
Hoy, a sus 64 años, Alba no solo es recordada por su talento, sino también admirada por su capacidad de reinventarse en medio de la adversidad. De las alfombras rojas a un camión de reparto en Las Vegas, de los estudios de Benevisión a un pequeño puesto de arepas en Miami, la actriz demuestra que la dignidad y el amor propio trascienden cualquier escenario.
Nacida en Valencia en 1961 y criada en Puerto La Cruz, Alba mostró desde niña un talento histriónico que la llevó temprano a la televisión. Su desparpajo, su carácter dicharachero y su encanto la convirtieron en favorita del público, consolidando su carrera en Benevisión con éxitos como Virginia, María María y, por supuesto, Ligia Elena.
La química con Guillermo Dávila fue explosiva. “El musiquito” y ella se transformaron en una de las parejas más queridas de la pantalla. El público no solo los veía como actores, sino como un romance que traspasaba la ficción. Años después, la propia Alba admitiría entre risas y nostalgia: “Por supuesto que tuvimos un noviazgo. Fue complicado, pero estábamos enamorados”.
Tras décadas en la televisión venezolana, la actriz probó suerte en Telemundo y Mega TV, conquistando al público hispano en Estados Unidos. Pero la fama tuvo un costo: largas jornadas de rodaje, poco tiempo con su familia y un desgaste emocional que ella misma reconoció con sinceridad: “No estar con la familia es lo que más duele”.
El éxito en la pantalla contrastaba con las turbulencias en su vida personal: amores intensos, un divorcio, romances mediáticos y titulares que la mantuvieron en el ojo público. Sin embargo, Alba nunca perdió su esencia cálida ni su cercanía con la gente.
En 2011 se mudó a Miami buscando nuevas oportunidades. Actuó en teatro, condujo programas y siguió activa en el medio. Pero la crisis en Venezuela, la falta de proyectos estables y la pandemia la empujaron a un cambio radical.
En 2019, junto a su esposo Richard González, comenzó a repartir paquetes en Las Vegas. Se levantaba a las 6:30 a. m., manejaba un camión y entregaba hasta 200 paquetes diarios. La imagen de la exestrella en uniforme de repartidora sorprendió a muchos, pero su respuesta fue clara:
“El trabajo dignifica. No importa dónde estés, lo importante es hacerlo con cariño y responsabilidad”.
El testimonio se viralizó y despertó admiración: Alba no se avergonzaba, al contrario, usaba su historia para inspirar a otros que también debían empezar de nuevo.
Arepas, solidaridad y un reencuentro de novela
En Miami, además de seguir actuando ocasionalmente, decidió acercarse a su comunidad con lo que mejor sabe hacer: dar calor humano. Alba comenzó a vender arepas, compartiendo con los venezolanos un pedazo de su tierra. Entre clientes y amigos, su puesto se convirtió en un punto de encuentro cargado de nostalgia y orgullo.
Su lado solidario también floreció. Se involucró en recolectas de ropa, medicinas y en campañas con la Cruz Roja para ayudar a compatriotas en situación vulnerable. “No me fui por la política, me fui por trabajo, pero nunca dejé de ser Venezuela”, asegura con firmeza.
Y cuando la vida parecía haber tomado otro rumbo definitivo, un capítulo digno de telenovela llegó de sorpresa: su reencuentro con Guillermo Dávila en Miami. Entre arepas, risas y un regalo inesperado —entradas para su concierto—, los dos revivieron la magia que décadas atrás había enamorado a todo un país.
El legado de Alba
Hoy, con casi 70 años, Alba no vive rodeada de lujos ni reflectores, pero sí de algo más valioso: respeto, gratitud y resiliencia. Su historia es la de una mujer que, lejos de rendirse, abrazó cada etapa de la vida con humildad. De actriz de éxito a repartidora, de estrella de novela a vendedora de arepas, Alba Roversi sigue siendo lo mismo que fue desde el inicio: una mujer auténtica, trabajadora y profundamente humana.