Santo Domingo RD.- Muchos la recordamos como la dulce Mónica de Corazón Salvaje, como la imponente Doña Bárbara, o como la joven soñadora de Bianca Vidal.
Pero lo que quizás pocos saben, es que detrás de esa sonrisa luminosa, había una mujer hecha de fuerza, lucha… y una valentía que inspiraba.
Desde muy pequeña, Edith González ya sabía lo que era un set de grabación. Comenzó a actuar a los cinco años, y desde entonces no paró. Vivió gran parte de su vida entre cámaras, guiones y aplausos… pero también entre retos, sacrificios y momentos que la marcaron para siempre.
Conquistó México y Latinoamérica con su talento, su belleza y su carisma. Pero mientras el mundo la aplaudía, ella enfrentaba su propia historia lejos de los reflectores. Perdió a su padre siendo joven, fue expvls@da del colegio por seguir su vocación… y aun así, nunca bajó la cabeza.
En 2004, se convirtió en madre de Constanza, su mayor alegría, su gran motor. Y cuando parecía que la vida le sonreía por completo, llegó una prueba que pondría todo a otro nivel: en 2016, Edith fue diagnosticada con c@###nce%%%r.
Pero en lugar de esconderse, decidió alzar la voz. Mostró su lucha sin filtros, con honestidad, con amor. Se volvió ejemplo, inspiración y luz para miles de personas que también peleaban su propia batalla. “Yo elijo ser feliz”, decía… y lo cumplía, aun en los días más duros.
En 2019, Edith partió dejando un legado imposible de borrar. Porque más allá de los papeles que interpretó, de los éxitos que
cosechó o del cariño que recibió… Edith nos enseñó algo mucho más profundo: que se puede vivir con valentía, con alegría y con dignidad… hasta el final.
Hoy, su recuerdo sigue vivo en cada escena, en cada sonrisa, en cada mujer que se atreve a luchar como ella.
Porque Edith González no fue solo una gran actriz… fue una guerrera. Y eso, jamás se olvida