Santo Domingo RD.- A veces me preguntan por qué desaparecí en el mejor momento de mi carrera. Y la respuesta no es glamorosa ni heroica. Es simple: me estaba r0mpiendo por dentro. Yo era el galán de las telenovelas, el que todas querían ver en pantalla… pero en mi camerino lloraba. Lloraba de r@bia, de cvlpa, porque mientras firmaba autógrafos, me perdía la sonrisa de mi hijo. Me perdía su infancia. Me perdía a mí.

Mi esposa ya no sonreía como antes. Me miraba con ojos de soledad, y yo… yo sentía que la estaba perdiendo. Un día me lo dijo, sin rodeos: “O nosotros, o la fama”. Y yo, convencido de que el amor podía más que cualquier éxito, colgué el traje de estrella y me fui. A escondidas. Sin prensa, sin fans, sin luces. Me mudé a Nueva York para recuperar mi hogar.

Pensé que renunciar a todo lo que era yo bastaría. Pero no. Un año después, ella me pidió el divorcio. Sin escenas, sin drama. Solo un adiós seco, como si ya no quedara nada. Me quedé solo. Con mi hijo lejano. Con mi carrera apagada. Y con un silencio tan fuerte que dolía.

Intenté volver. Volver a actuar, a cantar. Pero ya no era el mismo. La gente me aplaudía, sí… pero yo ya no me creía el papel. Hasta mi hijo, con una verdad que cortó el alma, me dijo una vez: “Papá, dejaste de ser tú… por ella”.

Pasaron años antes de que pudiera mirar una cámara sin sentir nostalgia. Hoy, con 72 años, he vuelto a ser yo. Con h3ridas, sí. Pero también con paz.

Porque entendí que el amor no se ruega, ni se compra con sacrificios.

Hoy tengo a alguien que me ama por lo que soy, no por lo que dejo de ser. Y aunque la fama ya no brilla igual, aprendí a abrazar mi historia. Porque no fui solo un galán.

Fui un hombre que lo dio todo por amor… y sobrevivió.